miércoles, 20 de enero de 2010

Notas del enólogo

Me daba pena masacrarle la cara verde. Tan perfectamente pensada, tan sugestiva.
Lo ví del otro lado de la ventana, con toda la insolencia de su cuello largo y la intención del que sabe que es observado. Entré sin pensarlo dos veces, desde la calle que lo reclamaba. No se me ocurrió saber mucho de su vida, con haberlo visto bastaba. Quería llevarlo a casa, y no dudé en manifestarlo, ni siquiera me ruborizó tanta osadía. No puso resistencia, no habría podido negarse, estaba tanto más sólo que yo, y eso también bastaba.

Ahí estábamos. Mientras me acomodaba noté cómo a contraluz parecía brillarle la sangre por las venas, y tuve fuertes deseos de verla más de cerca, de sentirla.
De problarla. Iba a hacerlo, estaba en mi derecho, era mi casa, mi noche, era mi soledad compartida, el tiempo y el espacio que yo controlaba. El cuchillo sí era prestado, la mano parecia que no.
Era la primera vez que lo hacía, y no había encontrado otro instrumento más apropiado para la tarea, así que entre menos lo pensara mejor. Lo tomé por la espalda,-dale, total no se dará cuenta- directo a un costado de la cabeza,me quedé así, hasta sentir un hilito húmedo y tibio bajar por mi muñeca, lo que conseguí fue una pequeña hendidura insuficiente para lograr mi cometido, lo hice una segunda vez, ahora del lado inverso, más fuerte y con menos desatino,se escuchó un ruido seco, como de llanto reprimido.
Lo que siguió no lo anticipaba: una lluvia de lentejuelas oscuras colgando de mis labios, adornando las paredes, el piso y mi falda.

Rompí a reir, avergonzada pero satisfecha, decidida a recoger todos los pedazos de corcho que habían quedado regados, y el escaso contenido de la botella, que llevaría a reciclar mañana, seguramente, si antes me acordaba de limpiar....

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